Iñaki C. nazabal

en cada esquina un maestro 45

Sin haber conocido la miseria es imposible valorar el lujo. Charles Chaplin

Vi en un mercadillo cómo un crío demandaba a su padre un anillo concreto, entre expresiones de júbilo por haberlo encontrado. Seguramente, pensó que se trataba de una pieza única, el auténtico, el del relato que narraba la película.
El padre preguntó el precio y el mercader, dando la venta por segura, dio una cifra desorbitada. El hombre quiso hacer ver a su hijo que el precio era absolutamente irrazonable, pero el hijo respodió de manera aún más irracional y desesperada
-Pero lo necesito! Lo necesito!!
mientras comnenzaban a escapársele las primeras lágrimas.
Al fin, el hombre accedió a regañadientes, y el chaval fue corriendo a su madre para mostrar orgulloso su nueva adquisición.
Si el padre no hubiera comprado la alhaja, probablemente el crío se habría pasado el resto de la tarde llorando desconsolado. Pero, a la mañana siguiente, viéndole distraído por los dibujos de la tele, la consola, o simplemente fastidiando a su hermano, habría podido hacerle ver la diferencia entre necesidad y capricho (que es el resultado de obsesionarse con un lujo).

Lo mismo nos pasa a los adultos. El noventa por ciento (por no decir el cien) de las necesidades que la publicidad nos dice que debemos cubrir para sentirnos felices, no son sino lujos de los que podemos prescindir, incluida la propia publicidad.
Cubiertas las primeras necesidades (comida, salud y abrigo) el ser humano no necesita más que un poco de cariño (incluyenbdo el propio) para ser feliz.
Pero claro, para entender de verdad esto y asumirlo, es necesario aprender a prescindir.
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