Anoche tuve la suerte de estar en un lugar desde donde podía contemplarse con serenidad el cielo. La luna brillaba llena sobre las luces de la ciudad, a suficiente altura para que éstas no distrajeran o estorbaran. Un grupo de nubes grises avanzaba simulando una procesión, cada una enmarcada en un halo brillante que la luna le proporcionaba, cambiando su forma lentamente, llegando a fundirse unas con otras para crear nuevos dibujos. Cerca de los tejados el aire se movía más rápido, y una solitaria nube blanca, cuya silueta iba alargándose a medida que se desplazaba, fue adelantando a las demás nubes. Quizá alguien podría haber interpretado que se agachaba para avanzar a mayor velocidad y pasar desapercibida..
Abajo, domingo noche, una hilera de coches regresando al hogar, sus ocupantes quizá pensando ya en el lunes que amenaza. Algunos, seguro, anhelando ése último momento de no-obligación que la semana les permite, puede que intentando adivinar esa porción de minirrealidad (cierta o no) que les ayude a levantar mañana, o acostarse hoy: qué habrá hecho mi equipo? se habrá separado por fin aquella actriz? se aprobará la nueva ley?..
Me pregunto “cuál fue la verdad de anoche?” Me respondo “todas, y ninguna”.