Iñaki C. nazabal

en cada esquina un maestro 61

Hay quien pasa por el bosque y sólo ve leña para la hoguera. León Tolstoi

Conocí a un tipo que trabajaba en la madera y, cuando paseábamos por el monte, me iba diciendo las propiedades de cada árbol para las diferentes clases de muebles y suelos, además de explicarme sus respectivas cualidades ígneas. Lo curioso es que esa era su manera de ver el mundo, no sólo un bosque. El viento producía energía eólica, la lluvia reducía el presupuesto en riego...
Debo decir que siento una especial debilidad por los bosques, quizá porque, de donde yo soy, abundan. Incluso he dormido en ellos. La cantidad de vidas, maneras, sensaciones, experiencias, aprendizajes... que un bosque nos puede deparar, en apenas un instante, es increíble: Cómo orientan sus hojas y ramas los diferentes árboles buscando la luz del sol o la parte donde el viento trae más humedad; la vida social de los pequeños pájaros (incluído el momento del aseo, cuando buscan un poco de tierra seca y suelta para quitarse el agua de las alas); los innumerables diseños de las telarañas, cada uno ideal para cumplir su función; las infinitas clases de insectos, dotados cada cual de sus propios mecanismos de defensa y ataque; los cuervos, y su sentido de la territorialidad; las lagartijas, y su impresionante habilidad para cazar y no ser cazadas; el musgo, la hierba, las plantas, qué crece en la luz y qué en la oscuridad; los retorcidos recorridos de la zarza y las raíces de los árboles, esquivando piedras y buscando agua; los roedores y los gatos, y su eterno juego; las cabriolas del viento y las músicas que provocan...
Para mí, un bosque es un mar en tierra.
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