Iñaki C. nazabal

truco I. el efecto óptico

Todos sabemos lo que es un efecto óptico: la vista nos hace creer algo que en verdad no es así. Dos piezas iguales que dependiendo de su colocación parecen cambiar de tamaño, un trozo de carretera que desaparece entre badenes..

Vamos a uno concreto: el efecto óptico del vértigo. Para los que lo hayan sufrido alguna vez, no será difícil de reconocer. Para los que no lo conocen, una pequeña explicación previa.

El ser humano tiene un campo de visión bastante amplio, casi 180 grados. No es que lo vea todo a un tiempo, pero su cerebro codifica la información lo bastante rápido como para que parezca una instantánea: Esto es lo que veo.
Cuando uno sufre de vértigo, el cerebro pierde esa capacidad de codificación, y el campo de visión parece reducirse, a veces hasta convertirse en un sólo punto en el centro. Todo lo demás parece moverse y cambiar su forma, y esto nos obliga a volver a ese punto en el centro, al que llamaremos "abismo".

Lo curioso, el efecto, es que al centrarnos exclusivamente en el abismo, perdiendo cualquier punto de referencia, éste parece estar a menos distancia. Incluso, llegamos a sentir cómo se acerca, una y otra vez, aunque nunca llega a alcanzarnos.
Esto es el vértigo. Al ver que el abismo se nos acerca, la sensación es de caída. Sentimos que caemos, aunque sepamos fehacientemente que no lo hacemos.

Un ataque de pánico o ansiedad es algo parecido. Vemos cómo nuestro miedo más atroz se nos acerca, a veces sin identificar, y nos arrastra hacia él (caemos).

Una solución que buscamos, casi por instinto, ante el vértigo, es buscar algo a lo que asirnos. La referencia física nos indica que no caemos, nada nos arrastra, y el efecto óptico se desactiva, el cerebro se ve obligado a recodificar todo nuestro campo de visión.
-Uf, creí que me iba pabajo..

¿Cómo desactivar el "efecto óptico" de un ataque de pánico o ansiedad?

Como con el vértigo, buscando una referencia que, por absoluta, obligue al cerebro a recodificar su información. Y la referencia más absoluta de que disponemos es nuestra propia respiración. Si acudimos a ella, y nos asimos como a una barandilla, no será mucho esfuerzo controlar su cadencia, respirar largo y profundo, despacio. No corremos riesgo de ahogarnos, en una bocanada larga un humano coge aire para más de un minuto.

Con serenidad, tomando como punto de partida nuestra propia respiración pausada, comprobaremos cómo nuestro miedo más atroz no se acerca ni nos arrastra, sigue donde estaba.
No nos morimos, seguimos nuestro proceso vital. No vamos a la ruina, si podemos comer cada día. No perdemos el amor de quien nos ama, sencillamente porque nos ama.

O el miedo que sea. No estará más cerca ni más lejos que donde nosotros hayamos decidido colocarlo.

Site Meter